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LA INSISTENTE MELANCOLÍA DEL ARQUETIPO

Eduardo Vázquez Martín

 

- Amor y odio –

 

La Ciudad de México destruye la ciudad y sobre sus ruinas levanta otra ciudad que será a su vez destruida por la mano del hombre, el tiempo o los sismos, para que sobre estos escombros ella misma cimente nuevas relaciones sociales y otras formas arquitectónicas que la representen.

 

Ciudad inmensa donde renace de su sepultura el Templo Mayor, reino de los dioses aztecas, y donde la Catedral malherida no se derrumba. Una ciudad que crece en su periferia todos los días en forma de lodazales para los pobres y residencias de lujo para los poderosos.

 

Esta ciudad despierta fascinación y miedo, amor y odio: al igual que la historia de los antiguos dioses, la suya es un ciclo continuo de destrucción y renacimiento, cambio de piel y forma, sacrificio y vuelta a empezar.

 

¿Es la historia de la ciudad la de un “destino enmascarado de libertad”? ¿Cuál es entonces ese destino y cuál es su máscara?: ¿derrumbarse definitivamente en el próximo terremoto?, ¿morir de sed tras agotarse las reservas del subsuelo, hundida y resquebrajada?, ¿o morir por agua, en una más de sus apoteósicas épocas de lluvias, vuelta de nuevo a ser lago?

 

Los amantes de la ciudad sabemos bien con quién dormimos, nadie nos engaña, y curiosamente el desencanto no derrota nuestra fascinación. Miramos la ciudad con ojos semejantes a los que Herman Melville puso en la ballena; queremos hacerla habitable y hospitalaria, domarla quisiéramos, pero sabemos que esa empresa es imposible del todo, y la miramos como a una bestia o una diosa cruel pero fiel.

 

- El objeto de la mirada –

En la gran puesta en escena de los mitos populares (la Pasión de Cristo y el Sábado de Gloria, la adoración de la Virgen de Guadalupe, el Día de Muertos, los santos patronos) el espacio ritual de lo sagrado toma la calle y suspende el devenir natural del tiempo.

 

La ciudad que aparece en estas fotos es fundamental y no sólo anecdótica:

 

no se trata únicamente de registrar una puesta en escena (que también lo es) para confirmar la veracidad de los estereotipos, ni de dar fe de un resabio folclórico en vías de extinción, sino de poner los ojos en la gente que encarna el arquetipo y de ser posible descubrir el rostro detrás de la máscara.

 

Estas fotografías son testimonio de unas manifestaciones culturales vivas que también están señalando la concepción imaginaria de los vencidos: los que derrotó la conquista, no liberó la Independencia ni redimió la Revolución, ni incorporó el desarrollo y la tecnología, los que no han adquirido un lugar diferente en la vacilante democracia recién inaugurada y cuya desolación estas fotos no buscan ocultar.

 

Se ha insistido mucho en la naturaleza del vínculo entre fiesta y tragedia en la cultura mexicana, así como en el avasallamiento de la muerte en la concepción

de la vida de los mexicanos, donde la fiesta es rito, es lazo, es renovación y absolución, pero también sacrificio, carnaval y visita sin retorno a la tierra de los muertos.

 

El México que mira hipnotizado su propia naturaleza en las representaciones litúrgicas y en su pobreza ancestral vuelve a estar presente en la mirada del fotógrafo. Francisco Mata Rosas hereda esa perspectiva y la actualiza, documenta así su persistencia, le otorga también continuidad a una cierta poética de la cultura mexicana: funda de nuevo la ciudad sobre sus ruinas.

 

 

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